No hay que ir a ningún lado.
Ni siquiera tuviste la voluntad de arrastrarte hasta tu cama, te dormiste como un lirón, con el gato encima tratando de sacarte las pocas preocupaciones que te quedan con un ronroneo constante. Pocas, si. pocas. Tirás la pata al suelo y se cae como un ancla, pesada, como una media res. Todavía estás lleno de una madeja de lagañas, prendés la tele y la palabra "inflación" te supera y apagás. "Clik". Desenchufas la tele.
Quizás estos días sin empleo te los pases sin mirar absolutamente nada. De paso ahorrás energía, siguiendo los sabios consejos que dan los políticos.
Quizás estos días sin empleo te los pases sin mirar absolutamente nada. De paso ahorrás energía, siguiendo los sabios consejos que dan los políticos.
En la computadora todo sigue siendo confuso, con ventanas inútiles buscando laburo por vos.
En el cajón hay más o menos veinte lucas, que es todo lo que tenés.
Sacás $ 300 pesos, no lo pensás mucho. Vas escaleras abajo a comprar para hacerte una torta riquísima para vos solo, a pesar de que no acostumbrás hacer estas cosas, y tampoco acostumbrás no tener trabajo. Siempre pensaste que un hombre que no trabaja se muere, porque con todo ese tiempo libre, ¿qué hacés? descubrir en el vacío y el aburrimiento el hastío de vivir, el esfuerzo que conlleva continuar vivo. Resulta que nos han mentido toda la vida. (Ya son $ 20.000 - $ 300)
Ponés jazz. ¡Jazz! No das más de lo caricaturesco, pero te chupa un huevo. Huevos. Con veinte cucharaditas de leche, el polvo que viene en la cajita, batir, echar en una fuente y al horno. Te vas a dar la panzada de tu vida. ¿Cuántas tortas te hubieras comido en un año si no estuvieras trabajando? Cada día de la semana tiene 8 horas de trabajo menos los findes, 40 horas de trabajo. Más la hora de ida y la hora de vuelta. Una torta lleva una hora en el horno, promedio. Mmm... bueno, haber podrías haber hecho 40 tortas ponele. Con diez ya podríamos decir que hubiéramos sido unos gordos felices.
Papeles, como los de la oficina, rasgan la puerta, y te acercás para ver quién te está acechando. ¿Acaso los formularios, las planillas, las órdenes de la oficina, han venido a quitarte tu tesoro de veinte lucas? Muy parecido: son las expensas. 4 lucas. Las tomás con la mano mojada, la que lavaste en la bacha, y las hojas se embeben y humedecen, con sus números rojos y sus líneas punteadas. Ahí, antiguamente prolijas, mostrándote lo que vienen a quitarte. Las tirás en el mueble del recibidor, el que tiene el espejo, y el hombre que está en el espejo es un hombre feliz. No porque no tenga trabajo: porque decidió que no le importa.
¡Paf! Una ponchada de crema, y con el tenedor la vas martirizando, la vas desgranando y metiéndote sus organos en la boca. Vainilla y crema, mezclada con dulce de leche y tu saliva. Todo es un néctar divino, ahí, en pantuflas, tirado en el rincón donde está tu biblioteca, mirando tus libros tratando de tener alguna explicación de por qué estás contento. En Spotify suena Tony Bennett, y afuera el sol no traspasa las capas de bruma invernal. Te empezás a reír, y aunque te cagás de frío abrís la puerta, que del envió choca con el brazo del sillón y temblequea como un esqueleto.
_ ¡Boludos! _ le gritás, desaforado a los transeúntes. Comiendo tu postre de vainilla, y dulce, y crema, y diabetes. Suena el jazz, baby. Y aun nadie, ni tu familia, ni tus amigos, saben de tu nueva vida. ¿Nueva vida? Curiosamente, no actuás como si tuvieras una nueva vida. Actuás como si te estuvieras por morir. Como si esta vida fuera la única. Y oh sorpresa, resulta que lo es. Y quizás todo lo que quisiste en tu vida fue hundir una cuchara sopera en una tierna masa llena de glucosa y líquidos espesos y cremosos que te embadurnen los labios, con la mente en blanco, no pensar en nada. Pero si esa es la muerte, la dulce muerte, ¿qué pasará cuando se termine la muerte, y nos despertemos a la vida, y por tanto, a la necesidad y la carencia? Que va a pasar cuando las veinte lucas terminen.
Tocan el timbre. ¿El timbre?
La flaca es morocha, y tiene una melena larga y lacia, negra como una tumba y ojos miel, almendrados. Cachetitos y muslos, un poco pin-up, y una sonrisa con la que podría hipnotizarte todos los muebles del departamento y llevárselos saltando.
_ ¿Sí?
_ Disculpame que te moleste, hola, me acabo de mudar recién, recién al edificio, y me queda la caja más pesada en el ascensor, no la puedo levantar y ya estoy echa pelota. ¡Me muero de verguenza! Te juro no se a quién pedirle, tuve que hacer esto todo sola. ¿No me podrás dar una mano? Es esta caja no más.
Se ve como un Bambi, tierno y con algo de verguenza. Abrís, tímido, con la timidez siniestra que tienen los violadores o los curas. Estás enteramente en joggin y ropa de morsa tirada en el sillón, pero ella, que lo registra, parece no darle mucha importancia.
Claro que la ayudás, te hacés el caballero y todo. Y le decís que cualquier cosa que necesite te avise.
_ Ah, ¿tu nombre?
_ Sabrina. Me mudé recién. Fuiste muy amable.
Y cerrás la puerta. ¿La deseaste? Toda. Pero ella a vos ni te registró como hombre, sino como grua, y no una grua muy llamativa que digamos; de hecho aun no sabe tu nombre porque no lo preguntó. Cuando entrás de nuevo a tu departamento el espejo te muestra un ser con barba crecida, ojeras, el pelo revuelto, envuelto en ropas de entre casa, con un poquito de pancita crecida. "Sabrina". "Shhhh" le tirás al gato, y va un sarpaso de amo para que se aleje de tu torta. En seguida te apiadás y le prometés el atún más caro, Caballa, porque es un gato bueno y compañero.
El celular está explotado de mensajes. La mayoría de ellos son tus amigos en el grupo, preguntándo si el viernes hacemos algo. De seguro quieren ir a comer una pizza, salir a bailar a algún boliche donde te den intravenosa de reggaetón intenso y centroamericano, o ver en el cine alguna peli mala y pochoclera donde sí o sí haya super heroes. Con un poco de nostalgia, mientras agarrás la llave para ir a comprar la segunda torta, recordás cuando en tu juventud ibas al taller literario de la Biblioteca Municipal, allá en tu barrio, todos los sábados a las tres de la tarde. Querías ser escritor, y leíste como hijo de puta toda tu infancia, mientras tus compañeritos meneaban "para cá y para allá" por las noches de fin de semana. Ahí aprendiste a contar historias, la estructura, los personajes cada uno con su carácter, las atmósferas, las personificaciones y metáforas. Varias veces pensaste en escribir un blog, incluso abriste varios. Por eso estás, por eso estoy, escribiendo ahora. Dicen que cuando los viejos son viejos es como si volvieran a ser niños. De alguna forma, estar sin trabajo me recuerda los sueños a los que me había resignado. Leiste y aprendiste a contar, a redactar, ortografía, a tener buenas ideas, a saber sobre historia, a saber usar las palabras. "El conocimiento es poder", dicen los que joden con que hay que leer libros, mientras la vida adulta muestra que el saber te lo podés meter en el orto varias veces, y trabajar de lo que se valore, no de lo que sepas. Penosa es la alternativa a vivir robando con una navaja por los caminos: pacíficamente intercambiar lo que los demás quieren y podés darles por plata para comprar libros y soñar con que los ha escrito uno y pensar en el día en que los demás compren lo que sepas y no tengas que saber lo que los demás quieran comprar.
_ ¿Cómo que te quedaste sin laburo? _ te dice Juani, tu amigo ingeniero, alarmado como quien habla de un crimen.
_ Sí, me dijeron que están haciendo recorte del personal y que lo lamentan mucho. Lo cual les creo, pero que se metan las lamentaciones en un estuche de madera muy duro y se lo vayan administrando en tandas para que entre todo adentro del orto.
_ ¿Y qué vas a hacer? Lo siento mucho loco, debés estar echo mierda...
_ ¿La verdad? No.
_ Bueno, bien. Che, quiero darte una mano. ¿Voy a tu casa hoy querés?_ Juani, que es heterosexual, tiene la manía femenina de juntarse, amucharse, y acurrucarse en manada cuando alguien está desvalido, y llorar juntos, como si fuéramos dos osos en una cueva en mitad de una helada. Le decís que se tranquilice, y la verdad, ahora no querés ver a nadie.
_ ¿Cómo que te quedaste sin laburo? _ te dice Juani, tu amigo ingeniero, alarmado como quien habla de un crimen.
_ Sí, me dijeron que están haciendo recorte del personal y que lo lamentan mucho. Lo cual les creo, pero que se metan las lamentaciones en un estuche de madera muy duro y se lo vayan administrando en tandas para que entre todo adentro del orto.
_ ¿Y qué vas a hacer? Lo siento mucho loco, debés estar echo mierda...
_ ¿La verdad? No.
_ Bueno, bien. Che, quiero darte una mano. ¿Voy a tu casa hoy querés?_ Juani, que es heterosexual, tiene la manía femenina de juntarse, amucharse, y acurrucarse en manada cuando alguien está desvalido, y llorar juntos, como si fuéramos dos osos en una cueva en mitad de una helada. Le decís que se tranquilice, y la verdad, ahora no querés ver a nadie.
Vamos a llenar la heladera y comer hasta reventar. ¡Vamos a sentir hasta que nos de la guita que podemos estar tirados, y dejar que todo se nos vaya de las manos! Aprendimos a vivir entendiendo que las cosas pueden estar en nuestras manos. Y entonces por siempre las tuvimos ahí, sujetándolas, en nuestras manos, y nunca se van. Pero de pronto un grito estruendoso...
Salís a la puerta.
No hay nadie en el largo pasillo.
Al lado de la puerta hay otra y al fondo la de Sabrina.
Sabrina abre la puerta y se encuentra con vos, sin querer.
Se sorprende por ver tu cara, tus ojos, tu joggin.
_ ¿Oiste eso?_ atina a decir.
Movés la cabeza queriendo decir que sí, y que hola, que es linda.
_ Lo oi _ decís por fin, mientras del lado de adentro de tu depto el gato te muerde los talones.
_ Oi un ruido y algo se cayó, no se.
_ Sí. No se.
Se oyen pasos en el departamento de tu vecino. El señor Elvio, un despeinado solterón de cincuenta años de edad con el que nunca te llevaste bien.
_ Esto es lo de el señor Elvio, mi vecino. Sabrina _ decís su nombre y no lo podés creer _ escucho pasos en su depto. A ver... Vamos a tocarle timbre a ver que es...
_ Son las doce del mediodía, ¿Estás enfermo que estás acá en tu casa?
La cachorrita te lo preguntó, y te cayó como el orto. Te volviste frío como el acero, pero por dentro hacés "crunch". Te sentís interpelado, por una que en realidad iba a ser la princesa Disney, o la Femme Fatale, pero nunca la que te juzga y te deschava. Pero es lógico, exceptuando a quienes tengan horario de tarde en los shoppings, la gente en general a esta hora trabaja.
_ ¿Y vos? ¿Vos no trabajás? _ contestás; no solo quedándo en evidencia de que te ofendiste y te sentiste amenazado por la mamita rica, sino que ni siquiera pudiste contestar "Soy un Glorioso Desempleado Argentino" con orgullo. La dulce morocha baja la vista, sonríe incomoda y te mira.
_ Es que tengo día de mudanza.
_ Ah... claro. No, disculpá... Yo... En este momento estoy acá a esta hora. Quedé sin laburo.
_ Ah. Bueno, no sé. Qué raro el grito ese. Toquemoslé la puerta a tu vecino.
Luego del interrogatorio, tocan la puerta de Don Elvio, que no atiende. Se saludan, sabiéndose auditados por el otro, y antes de que la morocha se vaya sintiéndose avergonzada y furiosa con el pelotudo de su vecino, sacás un don juan de tu galera y le decís : "en este momento estoy haciendo una torta y me encantaría ofrecerte un pedazo.".
La morocha se vuelve, y te mira sabiendo que sos un desubicado y que sos simpático, detrás de ese pelo enmarañado, tu joggin, tu cara de desempleado, y la baba que se te cae por ella. Se lo queda pensando, mientras seguís preguntándote qué era ese grito que se oyó, con su vocal tan estirada, su timbre tan cansado, como pidiendo auxilio. Pero qué importa ahora, si la morocha te acaba de registrar como hombre.
_ No tengo día de mudanza. Me despidieron ayer _ confiesa la morocha. Esto se pone tan interesante como el grito que de pronto sonó en tu edificio de soltero desempleado.
_ No lo puedo creer. A mí también me despidieron ayer.
_ Wow... cómo está la cosa eh. Y yo ya me había pedido la mudanza y planeado la mudanza, todo. Un desastre.
_ Ufff... ¿Y segura que querés compartir una torta con tu vecino a quien recién conocés?
_ Yo podría hacerte la misma pregunta.
_ Si.
_ ¿Es Tony Bennett lo que oigo?
_ Es Tony Bennett.
La morocha, Sabrina, finalmente entra a tu departamento. Nunca te esperaste que te echen un día, ligar al otro día, y que un grito aterrador, como el de una víctima, que se escuchó en tu departamento, te chupe un huevo. Pero el grito era aterrador, no quedaba claro de dónde venía. Y mientras le servís torta a tu vecinita nueva, y ambos hablan sobre estar desempleado, el gato maúlla en la puerta de entrada, sintiendo cosas que un par de personas en pleno levante obviamente no pueden registrar, sobretodo si no son felinos.
Si querés leer la primera parte de "Glorias del Desempleo" andá acá:
https://loqueelmundonosdebe.blogspot.com/2018/06/glorias-del-desempleo-parte-1_5.html
Salís a la puerta.
No hay nadie en el largo pasillo.
Al lado de la puerta hay otra y al fondo la de Sabrina.
Sabrina abre la puerta y se encuentra con vos, sin querer.
Se sorprende por ver tu cara, tus ojos, tu joggin.
_ ¿Oiste eso?_ atina a decir.
Movés la cabeza queriendo decir que sí, y que hola, que es linda.
_ Lo oi _ decís por fin, mientras del lado de adentro de tu depto el gato te muerde los talones.
_ Oi un ruido y algo se cayó, no se.
_ Sí. No se.
Se oyen pasos en el departamento de tu vecino. El señor Elvio, un despeinado solterón de cincuenta años de edad con el que nunca te llevaste bien.
_ Esto es lo de el señor Elvio, mi vecino. Sabrina _ decís su nombre y no lo podés creer _ escucho pasos en su depto. A ver... Vamos a tocarle timbre a ver que es...
_ Son las doce del mediodía, ¿Estás enfermo que estás acá en tu casa?
La cachorrita te lo preguntó, y te cayó como el orto. Te volviste frío como el acero, pero por dentro hacés "crunch". Te sentís interpelado, por una que en realidad iba a ser la princesa Disney, o la Femme Fatale, pero nunca la que te juzga y te deschava. Pero es lógico, exceptuando a quienes tengan horario de tarde en los shoppings, la gente en general a esta hora trabaja.
_ ¿Y vos? ¿Vos no trabajás? _ contestás; no solo quedándo en evidencia de que te ofendiste y te sentiste amenazado por la mamita rica, sino que ni siquiera pudiste contestar "Soy un Glorioso Desempleado Argentino" con orgullo. La dulce morocha baja la vista, sonríe incomoda y te mira.
_ Es que tengo día de mudanza.
_ Ah... claro. No, disculpá... Yo... En este momento estoy acá a esta hora. Quedé sin laburo.
_ Ah. Bueno, no sé. Qué raro el grito ese. Toquemoslé la puerta a tu vecino.
Luego del interrogatorio, tocan la puerta de Don Elvio, que no atiende. Se saludan, sabiéndose auditados por el otro, y antes de que la morocha se vaya sintiéndose avergonzada y furiosa con el pelotudo de su vecino, sacás un don juan de tu galera y le decís : "en este momento estoy haciendo una torta y me encantaría ofrecerte un pedazo.".
La morocha se vuelve, y te mira sabiendo que sos un desubicado y que sos simpático, detrás de ese pelo enmarañado, tu joggin, tu cara de desempleado, y la baba que se te cae por ella. Se lo queda pensando, mientras seguís preguntándote qué era ese grito que se oyó, con su vocal tan estirada, su timbre tan cansado, como pidiendo auxilio. Pero qué importa ahora, si la morocha te acaba de registrar como hombre.
_ No tengo día de mudanza. Me despidieron ayer _ confiesa la morocha. Esto se pone tan interesante como el grito que de pronto sonó en tu edificio de soltero desempleado.
_ No lo puedo creer. A mí también me despidieron ayer.
_ Wow... cómo está la cosa eh. Y yo ya me había pedido la mudanza y planeado la mudanza, todo. Un desastre.
_ Ufff... ¿Y segura que querés compartir una torta con tu vecino a quien recién conocés?
_ Yo podría hacerte la misma pregunta.
_ Si.
_ ¿Es Tony Bennett lo que oigo?
_ Es Tony Bennett.
La morocha, Sabrina, finalmente entra a tu departamento. Nunca te esperaste que te echen un día, ligar al otro día, y que un grito aterrador, como el de una víctima, que se escuchó en tu departamento, te chupe un huevo. Pero el grito era aterrador, no quedaba claro de dónde venía. Y mientras le servís torta a tu vecinita nueva, y ambos hablan sobre estar desempleado, el gato maúlla en la puerta de entrada, sintiendo cosas que un par de personas en pleno levante obviamente no pueden registrar, sobretodo si no son felinos.
Si querés leer la primera parte de "Glorias del Desempleo" andá acá:
https://loqueelmundonosdebe.blogspot.com/2018/06/glorias-del-desempleo-parte-1_5.html