¿Por qué las bibliotecas siguen teniendo sentido?

Aún me lo debo.

Dedicado al día en que mude
mi biblioteca entera, de la casa de mis padres,
a mi casa. 

Mucho se ha hablado en el último tiempo sobre si el libro digital matará o no al papel, o si el papel está tan afianzado en el público que le ganará al digital en la nano-pugna por el poder. Cuando hacía el curso anual de edición en la Gutenberg, está fue una de las grandes polémicas de varias clases. Me complace concluir que en el futuro al menos cercano, el kindle y el libro convivirán en alegre armonía. Parece que "nadie acabará con los libros" como decía Eco. 
¿Razones? Hay varias. Un libro puede ser valioso no como códice para vehiculizar información y contenido, sino como objeto: libros fotográficos, coffe-table books , libros con un gran contenido visual, una encuadernación con mucho diseño (piensen en libros para más chicos), publicaciones de maqueta compleja como esos libros que recorren en papel satinado y con muchas fotos y colores la historia de algún cuadro de fútbol, etc. Los libros pueden tocarse, hay una sensualidad en acariciar una página escrita que no será reemplazada por la pantalla opaca del kindle, evidentemente. Pero hay otras razones, que me impulsaron a escribir y compartir este breve comentario: un libro digital no se puede "heredar". Al menos no del mismo modo. No hablo de que en un artefacto estén compilados doscientos títulos, guardados todos ellos convenientemente y de forma práctica en un articulo tecnológico sin ocupar lugar y seguramente ahorrando mucho dinero; sino de varios objetos, reliquias, volúmenes, que las familias pueden pasarse de mano en mano, que cuenta algo del recorrido que cada uno de sus miembros ha hecho en la vida y en la lectura, que tiene adentro ocultas, flores secas, cartas a algún ex novio, anotaciones manuscritas (si bien está la opción de insertar comentarios en el kindle, no se compara a la propia letra en tinta pinchando y rasgando la piel de los libros, tatuando pensamientos permanentes que luego otro podrá descubrir como a una civilización perdida más adelante). Los libros en papel son testimonios de época, los archivos son siempre nuevos por lo menos en la mayoría de sus aspectos. Los libros de papel contiene cosas que nos hablan de su contexto de producción, y eso es historia y es estética: si son cocidos o pegados, qué tipo de papel tienen, si son tapa dura o no, si son de bolsillo o no, etc. Si el papel es de un gramaje con glamoroso espesor, o un papel fotográfico, esmaltado y resbaloso, de los comics y libros visuales. Los libros pueden delatarte, ahí, ensimismados, esperando arrojar algún dato sobre vos a tus invitados, expuestos y a la vista, algún gusto o placer culposo, algún best seller romántico y muy rosa o un libro de autoayuda que empiece con "Descúbrete" o "Ilumínate". Los libros de papel ocupan un lugar, un volumen, una contundencia que el conveniente archivo o pdf no puede acariciar ni asir. Los libros de papel tienen peso, y pesan. Desafían la gravedad, el espacio, el lugar. Ocupan.
Estos que ven abajo son solo algunos de mis tesoros heredados, alguno de ellos no me explico qué hacían en mi casa (Qué hace una novela malísima y genial como Coleccionista de Hombres en una casa donde nadie consumía esa literatura, ¿quién la puso ahí?) Caprichoso inventario es la biblioteca privada de una casa o una persona. Cuando entro a la casa de alguien lo primero que miro es si tiene libros y cuáles tiene. Las colecciones de la gente hablan de la gente. Son, como dice Calvino, esas cosas que rescatamos del vértigo de todos los días y las apartamos para que no se pierdan. Me da la impresión de que los archivos, en la medida en la que se guarden, nunca están en el mismo riesgo de ser extraviados, y siempre son más fáciles de reproducir; pero los libros de papel tienen algo de fatal.
Por eso no pueden morir. Los libros de papel se parecen a los vicios: son una carga pesada, maravillosamente adictiva, y a menos que digamos "basta" nos siguen a todas partes. Igual que las cuestiones de salud, algunas hasta se heredan. 
Pero no es heredar sobre lo que se basa esta cualidad del libro como "cosa". Es que el libro de papel habilita algo que el digital dificilmente pueda. El libro como cosa circula, pulula, lo conozcamos o no, se pasa de mano en mano, se pone en cajones y va a parar a lugares insospechados, con su cubierta, su polvo, sus letras, y entre todas las demás cosas, podemos un día encontrarlo y si tenemos la suficiente curiosidad abrirlo, para que nos guste, o para que no. Cuando queremos un libro en kindle, los buscamos, hacemos click, y ese libro lo tenemos almacenado en nuestro chiche. En una librería, en una biblioteca heredada, cuando un amigo te regala un libro, puede llegar a ocurrir algo: puede ocurrir un accidente, toparse con algo, que no iba a ser elegido, que no estaba planeado, y que sorprende como un botón nunca lo hará. Los archivos en un kindle son obedientes, los libros palpables se permiten, cada tanto, la posibilidad de escabullirse.
Colección Historia de la Argentina de Diario Crónica. Son fácil 80 fascículos. 
De mi hermano, Socorro, de la inmortal Elsa Borneman.


Cuando sepa de que van les cuento...

¿Se acuerdan de Bonanza? Volvió, en forma de novelas. 

Hitchock tiene novelas de misterio para adolescentes. 

No los leí en mi vida, solo conozco el autor de el del medio y al tercero encuadernado que es La vida es sueño de Calderón.
Editorial Losada. 


Pulp Fiction: novelitas de acción, aventura y sexo sin sentido.




Cuatro librotes finitos con dos cuentos clásicos cada uno. Los cuatro venían en su estuche y mi mamá me los leía para hacerme dormir. 


Opinar


¿Creyeron que me había ido? Nada de eso. 

Es importante para mí reflexionar sobre la acción de opinar. Quiero aclarar que por supuesto que no es lo mismo opinar sobre algo en lo que la subjetividad y el capricho es legítimo (me gusta o no tal película) como en temas más densos que requieren mayor rigor (la política, la economía, la ciencia, etc.) Sobre todo a esta última categoría me voy a referir. 

Luego de casi dos meses en el que llevo este blog me percaté de algo. Las entradas más vistas de este blog no son narraciones folletinescas como Glorias del desempleo ni reseñas de libros, sino opiniones mías sobre temas diversos como "la escritura" o "el trabajo". Textos de opinión. ¿Será que lo que digo sobre algo se tiene en cuenta? 
Al principio me pareció raro pero después se lo atribuí a que: o mis opiniones son interesantes o se debe al extraño, seductor y siniestro amor hacia el "pa mi qué" de las personas, el cual es, aunque no me gusta el término "un síntoma de época". A la gente le gusta opinar. Opinar bien, opinar mal, opinar. 
No es que ansíe épocas oscuras en las que los privilegios dotaban de voz a unos por sobre otros, nada de eso. Vivimos en ese sentido una era maravillosa, en la que buena parte del planeta está alfabetizado, cada día más gente lee según estadísticas (sobretodo el público infantil-juvenil, incluso más que la tercera edad que cada día lee menos). Las redes sociales y las plataformas on line (a las pruebas me remito) logran que cada vez más y de forma más fácil la gente exprese su opinión, 
Lo bueno es que hoy todos pueden hablar. Lo malo es que hoy todos pueden hablar. 
Decimos todos y la sensación que nos calienta el pecho es de un loable espíritu inclusivo, lleno de consideración por los espacios brindados a nuevas voces para que los ciudadanos, los individuos, expresen lo que piensan, y defendemos eso como un derecho y una libertad civil inalienable. Lo es, pero no es precisamente ese paraíso que tenemos en mente. No es un paraíso. No hay un paraíso, y comparar cualquier cosa con el paraíso es una trampa. Ese todos en realidad quiere decir cualquiera
Elitismo es una de esas palabras que tiene tanta mala prensa que la gente ni siquiera se la permite analizar, porque ha elegido seguir la opinión bobalicona y disque-progresista de quien tacha esa palabra de opresora, en lugar de intentar reflexionar. 
El diccionario define élite como un grupo selecto y minoritario de gente que se considera la más capacitada para una tarea. Ha habido élites políticas despóticas, o élites sociales cuyo conservadurismo no les ha permitido ver la realidad sin prejuicios, pero no se puede afirmas que el elitismo sea malo en si mismo si por elitismo queremos decir "capacidad". 
Ya no podemos volver (ni debemos) a la época del absolutismo monárquico, cuando los únicos que opinaban eran algunos universitarios, hombres (la mujer estaba más complicada), ilustrados, con ideas liberales sobre libertades civiles y reducción de los poderes de los monarcas, siempre amenazados por la guillotina o el escarnio público. Hoy hay muchas menos amenazas en muchos menos países, y ni siquiera la dictadura perfecta puede evitar que se filtre información. Información hay por todos lados, lo que falta es "formación". Ya no hay represión, pero tampoco hay élites, minorías (si, que suena muy poco democrático) capacitadas por lo racional de sus argumentos y su bagaje para no solo opinar, sino que su opinión sea tenida en cuenta. 
Sea el canal que sea hoy vemos famosos opinando sobre los temas más diversos, casi "puestos" a opinar sobre temas delicados y controversiales, cayendo en la falacia de que si son famosos su opinión debe ser considerada especialmente, o como si existiera la máxima de que si actúan bien en el cine o en el teatro también tienen que opinar con inteligencia. Un poco parecido al acto snob y cruel donde la gente se regodea pidiéndole opinión sobre literatura a una modelo famosa, una chica que independientemente de sus muchas o pocas luces oficia de linda y no de inteligente y por lo tanto burlarse de su incultura o desconocimiento supone un acto de soberbia (no así cuando es la figura en cuestión quien se lanza desembozadamente a opinar sobre algo sin saber, en cuyo caso creo legítimo arremeter contra la misma). 
Todos hablan, y me parece llamativo que en tiempos de censura y persecución fue lo que dijeron unos pocos intelectuales perseguidos lo que hizo avanzar al mundo a épocas de mayor bienestar. No hubo muchos Galileos y tampoco los hay ahora. Hoy hay más libertad que nunca para hablar, y lo que oigo en general son idioteces, y no tiene que ver con opiniones con las que pueda o no estar de acuerdo, sino con argumentos falaces, que apelan a "lo dice todo el mundo", "en todos los países es así", "cuando pasó esto pasó esto otro por lo tanto lo primero causa lo segundo", etc. Eso demuestra el fracaso de la educación escolarizada, que ha creado habladores pero no intelectuales; no personas críticas sino ovejas que siguen la opinión de alguien más porque suena mejor; que no pueden pensar más allá de un programa de saberes estipulados fijado por un Ministerio. En las escuelas, públicas y privadas, no se enseña a pensar, se enseña a repetir, a seguir el apunte, a seguir el manual, a citar una "fuente especializada" como si fuera un talismán que nos protege del ridículo. 
De todas formas, seamos justos con el común de la gente. Hay una razón para esto: no toda la gente quiere pensar tanto y esto no quiere decir que sean idiotas. Es una cuestión de economía del tiempo: como no pueden pensar mucho o no quieren, siguen la opinión de personas que parecen más inteligentes opinando o cuyas opiniones son seguidas por la mayoría, para ahorrar esfuerzo y energía. Pero esto no justifica lo cretino de la acción. 
Se produce la paradoja de que épocas peores del mundo han dado a luz a individuos fascinantes de un conocimiento y razonamiento únicos, y en aras de que todos podamos acceder a esos conocimientos hemos logrado generaciones y generaciones de individuos que tienen que verse obligadas a pensar todos lo mismo, en vez de todos "más y mejor". Fomentar el ansia de conocimiento para opinar en todos los individuos del planeta ha sido un fracaso. Porque opinar es un derecho, pero no siempre que tenemos un derecho es bueno usarlo. ¿Será que cuando opinar traía consecuencias más severas, es decir, más costosas, la gente se cuidaba mucho más a la hora de esbozar una opinión en público porque asumía riesgos mayores? ¿Es nuestra vida fácil y nuestra lengua mega-habilitada para todo la responsable de nuestro vacío mental e irresponsabilidad intelectual?
Hace tiempo yo reventaba de ira cuando escuchaba un estupidez en reuniones o incluso entre mis seres queridos. Intentaba repartir argumentos como quien reparte cachetazos, y solo conseguía desgastarme tratando con el pensamiento fácil que hoy es el pensamiento único. El pensamiento fácil es encantador porque esta recubierto de palabras en voz alta, de tonos shakespeareanos y consignas que llenan plazas pero no neuronas, y consolidan la aplicación del sistema de rating a la hora de visar o no una premisa. Un día me cansé y decidí resguardarme. Me volví bastante más humilde y reflexivo, y concluí que en esta época hay tanto ruido que necesitamos del silencio para leer y pensar. "No tengo una opinión formada, debería investigar y pensar un poco más" se convirtió en una frase querida para mí, porque es un acto de individualidad, no de cobardía. Es anteponer a la polémica no la opinión, la necesidad de pensar, más allá de una pancarta, más allá del "derecho a hablar" por sobre todas las cosas. Llegué a comprender además que yo también estaba contaminado por ese modus operandi. Es importante defender ideas, pero como diría el escritor y periodista José Benegas, discutir es un acto de confianza y es ponerte en pie de igualdad con otro. Si sentís que esto no es así, si no confiás en la persona con la que discutís o te sentís más inteligente (con razón o no) no pierdas tiempo. En el peor de los casos constituye un acto de pedantería y en el mejor de un acto de masoquismo seguir con esa conversación. Nadie puede arrastrarte a opinar, como no hay poder que pueda obligarnos a testificar contra nosotros de forma legítima. 
Aprovechemos la inmensa capacidad de informarse que hay hoy gracias a la tecnología, y procedamos como si las palabras estuvieran tarifadas. En vísperas de una fecha patria, como dijera un prócer, hablemos cuando lo que estemos por decir sea mejor que el silencio. Con la misma libertad de la que gozamos ahora para publicar, me gustaría cierto elitismo en la medida de que los referentes para opinar sean menos y mejores. 
Alerta: la negación de esto que digo es otra falacia muy en boga, que es creer que como lo dijo fulanito, que pertenece a la élite, debe ser verdad (La "falacia de autoridad"). No, no, no se crean que lo pongo en términos tan fáciles. La pelotudez exige la eterna vigilia, incluso si eso implica estar alerta de quienes creemos que son capaces. No señores, ni opinar a los gritos ni lealtad eterna a quien opine con excelentes modos y una enorme biblioteca. No planteo renunciar a la posibilidad que todos opinen como no sostengo la lealtad absoluta a  lo que dice un supuesto bienpensante. Yo planteo la no lealtad. 
Pero a mí no me sigan la corriente. Esta es solo una opinión... O no.