¿Qué tienen en común Macaulay Culkin, el asesinato, la droga y la noche neoyorkina de los años 80? Party Monster. Una historia real, basada en la novela Disco Bloodbath sobre el ascenso y caída de una de las figuras de la diversión nocturna en la historia de New York.
En el año 2003, los realizadores Fenton Bailey y Randy Barbato (Dos simpáticos locos fundadores de World of Wonder Company) reconstruyeron en un film el universo bizarro y borderline de las discotecas ochentosas de NY para contarnos la truculenta (y llena de brillantina) historia de Michael Alig, uno de los RR.PP. más populares de aquel entonces quien, como Culkin dirá en la película, quería crear su propio mundo: uno donde la diversión durara para siempre. Michael viaja desde su lugar natal a "la gran manzana" y conoce a James St. James (quien será el autor y testigo de Disco Bloodbath), otro gran promotor de fiestas quien lo introduce en la dinámica de la vida nocturna. La vida de Michael será un abanico variopinto de brillo, música, psicodelia, estados alterados de consciencia (drogas), un despertar sexual travieso y cachondo, y luego, el ocaso que toda estrella debe enfrentar si se precia de tal. La película también relata eso, cómo esas vidas brillantes, glamorosas, llenas de fama y de elogios que las rodea, solo arden un momento hasta apagarse, siendo el brillo solo una mentira agradable. Todo termina en asesinato, y lo sabemos desde que la peli arranca.
¿Por qué ver esta peli? Porque nos recuerda todo lo que somos capaces de hacer por un momento de brillo
Un párrafo aparte merece la interpretación de Culkin, aquel nene rubio y tierno que veíamos cuando éramos chicos burlar a una pareja de ladrones en Mi Pobre Angelito. Acá, la transformación nos da quizás algo de impresión: Culkin parece trabajar durante toda la película la imagen de estar aturdido, con los ojos perdidos, una de esas operaciones efectivas y extra-ficcionales, usando el rostro antes inocente y virginal del niño de la película de Cine Shampoo para hablar del trastorno y el exceso, con pintura, disfraces exagerados y música pop hiper estimulante. Así, la ternura y la alegría del nene incomprendido que queda solo en casa durante Navidad, se convierte en un monstruo, un freak, que empieza siendo sensacional y luego es solo eso: un monstruo. Perdido, sin capacidad de respuestas, pero que no parece querer (o incluso poder) encontrarlas. Solo se suelta en ese laberinto de noche e impulso que es Nueva York.
La película obtuvo malas críticas en su momento (sí, pero ustedes deberán confiar en Lo que el mundo nos debe y verla con esperanza de ser conmocionados, porque sepa, estimada audiencia: la crítica ha cometido enormes asesinatos innecesarios), siendo considerado su exhibición de lujo kitsch y tedioso como algo banal. La película carece de una estructura demasiado sólida, y parece más un collage de impresiones y color. Pero si no careciera de ese órden, de esa organicidad, no resaltaría tanto su poderoso artificio. Que una película tenga problemas de contenido muchas veces es contenido. Si bien la película fue un fracaso, Robert Ebert, un crítico del Chicago Sun-Times coincidió conmigo (o yo coincidí con él) dándole cuatro de cinco estrellas y elogiando la interpretación de Culkin, llamándola “falta de miedo”, y alegando que la película si bien carece de visión, nos hace sentir tristes y vacíos, no por el protagonista, si no por nosotros mismos, y que “...Tal vez, así tenía que ser.”
Party Monster pretende mirar más allá de cierta ansia de lujo y frivolidad, entender vacíos personales y la búsqueda de satisfacer emociones igualmente vacías. Quizá muchos de los que vean esta obra (sobre todo los jóvenes) envidiarán por un momento a sus protagonistas. Las drogas, esos disfraces llamativos con los que estos dos enfant terribles caminan libremente por las calles hacia las fiestas donde son reyes de la noche, provocan, aunque a la vez generen aversión. Existe una sensación sedosa en querer traspasar los límites razonables, y el filme lo explota todo el tiempo. Nos hace cómplices del fárrago de sus personajes.
Las estrellas, ni piensan, ni se miden, ni cuestionan: brillan, y las amamos por eso. Las estrellas, una bola de gas que arde a millones de kilómetros de nosotros, nos encandila con su brillo e invita a admirarla en el cielo nocturno y bailar a su ritmo. Hasta que se apague, por consumirse a sí misma. Son esas existencias exaltadas, eyectadas hacia a algún lugar, cayendo hacia delante, a donde sea, y que carecen de fondo o base, las que dan envidia. Porque tener base, tener fondo, es tener entonces límites. Eso gusta, es necesario, pero al mismo tiempo, un enorme bajón.
La Perlita 1: Es imperdible la aparición de Marilyn Manson haciendo de una drag queen totalmente pasada de rosca.
La Perlita 2: James St. James es interpretado por Seth Green, el hombre-lobo de Buffy, la Cazavampiros.

Sentirán un horror incómodo, el filme oscila entre la apología del desenfreno y una bajada de línea moralista en el acto de exhibir el oscuro final de Alig, pero antes de eso reirán, sonreirán, y se divertirán al son de la dinámica bolichera junto a aquellos fenómenos travestidos e ilimitados. Cuanto más desmesurado es alguien, más patética es la caída en donde lo pierde todo. Todo, menos el brillo.
Para mayor información sobre estos dos locos que han reventado tanto en el celuloide como en la vida real, no se pierdan Party Monster: The Shockumentary.
En el año 2003, los realizadores Fenton Bailey y Randy Barbato (Dos simpáticos locos fundadores de World of Wonder Company) reconstruyeron en un film el universo bizarro y borderline de las discotecas ochentosas de NY para contarnos la truculenta (y llena de brillantina) historia de Michael Alig, uno de los RR.PP. más populares de aquel entonces quien, como Culkin dirá en la película, quería crear su propio mundo: uno donde la diversión durara para siempre. Michael viaja desde su lugar natal a "la gran manzana" y conoce a James St. James (quien será el autor y testigo de Disco Bloodbath), otro gran promotor de fiestas quien lo introduce en la dinámica de la vida nocturna. La vida de Michael será un abanico variopinto de brillo, música, psicodelia, estados alterados de consciencia (drogas), un despertar sexual travieso y cachondo, y luego, el ocaso que toda estrella debe enfrentar si se precia de tal. La película también relata eso, cómo esas vidas brillantes, glamorosas, llenas de fama y de elogios que las rodea, solo arden un momento hasta apagarse, siendo el brillo solo una mentira agradable. Todo termina en asesinato, y lo sabemos desde que la peli arranca.
Un párrafo aparte merece la interpretación de Culkin, aquel nene rubio y tierno que veíamos cuando éramos chicos burlar a una pareja de ladrones en Mi Pobre Angelito. Acá, la transformación nos da quizás algo de impresión: Culkin parece trabajar durante toda la película la imagen de estar aturdido, con los ojos perdidos, una de esas operaciones efectivas y extra-ficcionales, usando el rostro antes inocente y virginal del niño de la película de Cine Shampoo para hablar del trastorno y el exceso, con pintura, disfraces exagerados y música pop hiper estimulante. Así, la ternura y la alegría del nene incomprendido que queda solo en casa durante Navidad, se convierte en un monstruo, un freak, que empieza siendo sensacional y luego es solo eso: un monstruo. Perdido, sin capacidad de respuestas, pero que no parece querer (o incluso poder) encontrarlas. Solo se suelta en ese laberinto de noche e impulso que es Nueva York.
Party Monster pretende mirar más allá de cierta ansia de lujo y frivolidad, entender vacíos personales y la búsqueda de satisfacer emociones igualmente vacías. Quizá muchos de los que vean esta obra (sobre todo los jóvenes) envidiarán por un momento a sus protagonistas. Las drogas, esos disfraces llamativos con los que estos dos enfant terribles caminan libremente por las calles hacia las fiestas donde son reyes de la noche, provocan, aunque a la vez generen aversión. Existe una sensación sedosa en querer traspasar los límites razonables, y el filme lo explota todo el tiempo. Nos hace cómplices del fárrago de sus personajes.
Las estrellas, ni piensan, ni se miden, ni cuestionan: brillan, y las amamos por eso. Las estrellas, una bola de gas que arde a millones de kilómetros de nosotros, nos encandila con su brillo e invita a admirarla en el cielo nocturno y bailar a su ritmo. Hasta que se apague, por consumirse a sí misma. Son esas existencias exaltadas, eyectadas hacia a algún lugar, cayendo hacia delante, a donde sea, y que carecen de fondo o base, las que dan envidia. Porque tener base, tener fondo, es tener entonces límites. Eso gusta, es necesario, pero al mismo tiempo, un enorme bajón.
La Perlita 1: Es imperdible la aparición de Marilyn Manson haciendo de una drag queen totalmente pasada de rosca.
La Perlita 2: James St. James es interpretado por Seth Green, el hombre-lobo de Buffy, la Cazavampiros.

Sentirán un horror incómodo, el filme oscila entre la apología del desenfreno y una bajada de línea moralista en el acto de exhibir el oscuro final de Alig, pero antes de eso reirán, sonreirán, y se divertirán al son de la dinámica bolichera junto a aquellos fenómenos travestidos e ilimitados. Cuanto más desmesurado es alguien, más patética es la caída en donde lo pierde todo. Todo, menos el brillo.
Para mayor información sobre estos dos locos que han reventado tanto en el celuloide como en la vida real, no se pierdan Party Monster: The Shockumentary.
Excelete publicación, amo esta película.
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